Crónica de un ser vivo no es ni remotamente de las películas más famosas de Akira Kurosawa y con razón, porque tampoco es de las mejores. Ante obras monumentales como Los siete samurai, Ran, Kagemusha, o Rashomon, esta película bien podría pasar desapercibida.
No es una épica de samuráis ni cuenta las tragedias de reyes legendarios caídos en desgracia. Esta es una tragedia más mundana, más personal y menos espectacular, cuyo personaje no es destruído por la ambición personal o por la falta de honor de otros más fuertes que él.
Aquí la tragedia radica en que al personaje lo destruye un miedo incontrolable, una paranoia nada irracional en el Japón de los 50, de ser aniquilado por otra bomba atómica...
El Sr. Nakajima era el dueño de una próspera fundición industrial en el Japón de la posguerra. Era un hombre de carácter fuerte, terco y obstinado, aspecto que su avanzada edad no hacía más que afincar. A pesar de su edad seguía controlando de cerca los detalles más insignificantes del funcionamiento de su industria, además de ser un patriarca que abastecía las necesidades y decidía el destino de tres familias (porque tenía una esposa oficial, dos amantes, hijos ya crecidos con todas, un hijo ilegítimo de una amante fallecida, y un nieto bebé de una de las ilegítimas).
El terror que sentía por la bomba lo llevó a gastarse un dineral en construir un búnker en el sur del país, pero al conocer que eso no le serviría de nada ante la inminente destrucción atómica, decidió llevarse a todas sus familias a Brasil, donde ya tenía apalabrada una gran finca donde podrían vivir. Sus hijos (los oficiales) lo llevaron a juico para declararlo incapacitado mental y así evitar que dilapidara la fortuna familiar en este tipo de locuras. Pero a través de uno de los mediadores en el juicio, el Dr. Harada, nos damos cuenta de que si bien el miedo de Nakajima sobrepasaba los niveles de la locura, el trauma de la bomba había calado hondo en la sociedad japonesa y más de uno sentía un temor incontrolable ante semejante amenaza.
A pesar de ser una película menor de Kurosawa, tiene varios aspectos notables. La interpretación del jóven Toshiro Mifune como el viejo Nakajima es excepcional. Aparte de la impecable caracterización e interpretación, este personaje tan trágico no deja de tener un ligero aspecto gracioso que contrarresta un poco la dinámica de la sofocante sociedad japonesa, que tan bien describe Kurosawa. Pero para mí lo más valioso de esta película está en el hecho de que bajo la aparente normalidad en la que vivía esa sociedad y que vemos desde los créditos iniciales, se escondían terrores individuales más que justificados, pero rara vez expresados con franqueza. Nakajima era un loco y como tal termina, pero su ansiedad no era diferente a las de los demás. Al final, después que la historia da un último e inesperado giro, un personaje insignificante se pregunta "¿Estará él loco, o seremos nosotros los locos, que podemos vivir impávidos en este mundo tan alocado?" En cualquier otra situación tacharía esa frase de cliché, pero difícilmente pueda haber una mejor conclusión para esta historia.
¡Que la disfruten!
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