Después de la caída de la bolsa del 29, en plena depresión americana, Tom Dickinson era el único presidente de un gran banco que aún otorgaba créditos. Ante la feroz oposición de la junta directiva que le exigía que fuera más conservador, Dickinson argumentaba que lo que necesitaba el país era precisamente lo contrario, que corriera el dinero para que los pequeños y medianos empresarios tuvieran liquidez. De no ser así, argumantaba, quienes sustentaban al país se irían a la quiebra, generando una situación aún peor que terminaría por afectarle a ellos también. ¿Les suena?
Dickinson tenia a sus espaldas más de dos décadas de experiencia en la banca, y en todo ese tiempo nunca se había equivocado a la hora de otorgar un crédito. Lo que le molestaba a la junta directiva, sin embargo, era su método poco ortodoxo basado en la fe y la corazonada y no en la rigurosidad de los números. Aún así, el banco siempre se había mantenido sólido en medio de la tormenta, hasta que un robo facilitado por uno de sus más fieles empleados desencadenó una imparable ola de rumores de insolvencia y la consiguiente estampida de clientes queriendo retirar su dinero del banco por miedo a perderlo, cosa que evidentemente significaría la quiebra de la entidad:
Pensé en esta escena cuando hace unos meses escuché por diferentes que había gente que quería retirar ahora su dinero de los bancos por miedo a perderlo todo. Llegué a recibir además algunos mensajes masivos de texto y correos electrónicos alertándome sobre la situación. Hay una desconfianza generalizada y de sobra justificada en los bancos, y es difícil (por no decir imposible) pensar en que un banquero puede ser tan honesto e idealista como Tom Dickinson. La responsabilidad de los banqueros en estos tipos de crisis está más allá de cualquier discusión, pero esta película, y sobre todo esa secuencia, revela también otro tipo de amenaza quizás aún más aterradora: el poder destructor del chismorreo, capaz de generar delirios colectivos que se lo llevan todo por delante. La genialidad de esta película va más allá de un gran guión y una soberbia dirección (eso sería tema para otra entrada); esta película expone en tan solo 76 minutos la fragilidad del entramado financiero de una sociedad, que si bien puede hundirse por una mala gestión o irresponsabilidad de un individuo, también podría estallar por culpa de la histeria colectiva. Eso conviene recordarlo en estos tiempos de delirios masificados.
¡Que la disfruten!
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