Para muchos, la Nouvelle Vague comienza en 1958 con Le beau Serge de Claude Chabrol, pero un año antes ya François Truffaut, probablemente el más talentoso de sus exponentes, había rodado un cortometraje en 35mm que sin duda alguna era un delicioso aperitivo de lo que vendría poco después: Les mistons.
Cuando Truffaut rodó este cortometraje tenía 25 años y ya era una celebridad en el mundo del cine. Un prolífico y feroz crítico respetado por una legión de inconformistas que cambiaría radicalmente el cine francés y detestado por todos los demás. Lo que significa que cuando decidió ponerse detrás de la cámara había muchos que querían verle fracasar espectacularmente y otros tantos que esperaban con curiosidad (o incluso ansias) ver lo que este joven enemigo acérrimo de la convención cinematográfica del momento sería capaz de lograr.
A decir verdad, ignoro si Les mistons tuvo algún tipo de efecto en 1957, probablemente no, ya que no se mostró públicamente hasta tres años después, cuando Truffaut ya se había consagrado (y callado muchas bocas) con su primer largometraje, Les 400 coups, por el que ganó la Palma de oro en Cannes, y aunque parezca una cursilería, revolucionó el cine francés de las décadas a seguir junto a sus compañeros de los Cahiers du Cinéma.
Pero viendo el cortometraje en retrospectiva (lo vi por primera vez después de haber visto casi todas las pelis de Truffaut) podemos ver muestras claras del talento que luego desarrolló en sus grandes obras, y el corto es, además de entrañable, perfecto.
Miston en francés quiere decir pillo o granuja, chico travieso, y el corto cuenta la historia de amor poco convencional de un grupo de dichos ejemplares y una joven preciosa, a la que se dedican a observar, perseguir y desear. Nos dice el narrador, que es aparentemente uno de ellos muchos años después y que nos acompña a lo largo del corto en voz en off, que “siendo demasiado jóvenes para amarla, decidimos odiarla y sabotear su relación amorosa.”
Durante diecisiete minutos disfrutamos de Truffaut moviéndose en un mundo que poco después llegaría a definirlo, los niños y las mujeres. Los chicos adoraban a esta joven aunque fuesen renuentes a tener ningún tipo de contacto con ella. Como a el personaje Bertrand de L'homme qui amait les femmes, rodada veinte años más tarde, les bastaba su visión para ser felices.
Les seguimos en sus peripecias, narradas con la sabiduría de un adulto que entiende muy bien la mente de un niño, les vemos pegar la nariz al asiento de la bici poco después de que ella se bajara, les vemos odiarla sin razón alguna, desearle mucho mal debido a celos que ni siquiera entienden.
Todo esto en diecisiete minutos que al pasar nos dejan con el sentimiento de una obra concluída. Exactamente lo que un cortometraje debe ser.
Como siempre, ¡se los recomiendo enfáticamente!