Hace dos semanas mi colega escribió una reseña de El apartamento (1962), de Billy Wilder, uno de los genios de Hollywood, admirado por directores tan dispares como Federico Fellini (“Es el más grande de todos”), Fernando Trueba (“Me gustaría creer en Dios, pero sólo creo en Billy Wilder”) o Huston, Almodóvar, Woody Allen.... A decir verdad, nunca me he encontrado con el testimonio de un gran cineasta que pasara de Wilder. Está en el olimpo de todos y con buena razón.
Pues bien, cuando Wilder escribía un guión y se quedaba trabado, se preguntaba “¿Cómo lo haría Lubitsch?”.
De hecho, esta frase, escrita en letras bañadas en oro, adornaba una de las paredes de su oficina. Colaboró con él en varias películas como guionista, Ninotchka (1939) la más exitosa, y dice haber aprendido mucho de él, entre otras cosas, que las mejores ideas vienen cagando, “cada vez que salía del servicio, había resuelto la escena. Llegué a sospechar que tenía a un escritor fantasma escondido en la basurera.”
“Ser o no ser” (1942), la película que reseñamos este viernes, fue rodada tres años después de Ninotchka, en el medio de la guerra, y es un muy buen ejemplo del humor y el estilo de Ernst Lubitsch, un ejemplo claro de ese manejo especial de la trama que se bautizó como “el toque Lubitsch” : vean cómo lo define
.
Ambientada en Varsovia en 1939 cuenta en forma de comedia de errores las peripecias de un grupo de teatro polaco (risiblemente mediocre) durante la invasión alemana que por mera casualidad se ve envuelto en una historia de espionaje, conspiración e intriga que va bastante más allá de sus posibilidades dramáticas. Perfecto caldo de cultivo para una gran comedia.
La historia, como se pueden imaginar, es perfectamente inverosímil, llena de twists muy fílmicos y lugares comunes hollywoodenses. No olviden que Lubitsch, como Wilder, era un perfecto exponente de la industria. Pero, como en las películas de Wilder, las genialidades y la agudeza del sentido del humor, la originalidad y el buen gusto prevalecen sobre la fórmula comercial. De esa manera, el director berlinés, consigue entrelazar una historia de adulterio y (sobre) pretensiones artísticas con antisemitismo, arbitrariedad y guerra, sin jamás siquiera rozar lo patético.
Podemos notar que los medios disponibles para el rodaje eran escasos. Los exteriores (pocos) pueden dificilmente diferenciarse de los interiores, que ya de por sí son bastante cutres, lo que evidentemente, no le resta nada a la película. Ya hemos hablado de cómo los grandes cineastas siempren logran vencer con genio la adversidad y Lubitsch lo hace con un guión de primera. Tengo que aguantar las ganas que tengo de contar escenas completas porque les arruinaría el chiste, pero la peli está llena de ellas, y de frases cargadas de un sarcasmo genial. “De lo que no se entera el esposo, no lastima a la esposa” o “[Habla un nazi] Sí, me acuerdo de él [un actor de una compañía de teatro], lo vi antes de la guerra, en Varsovia. Hacía con Shakespeare lo que nosotros estamos haciendo con Polonia.”
En toda la obra de Lubitsch existe una evidente, y al mismo tiempo sutil, mezcla de gravedad y ligereza, inocencia y sordidez, humor, sarcasmo y cinismo, pero nunca patetismo. Lubitsch, judío alemán, en ningún momento se toma en serio a Hitler ni al nazismo, los ridiculiza con absoluta sinceridad, de la misma manera que ridiculiza a un cornudo o a un mal actor o al comunismo, como personajes o ideas absolutamente ridículas. Era de esperarse, que en aquella época, como en ésta, saliera algún idiota a condenar la producción de una comedia en torno a una tragedia. Lo mismo le pasó a Chaplin con su dictador. Hay quienes prefieren el patetismo 'realista' de un Spielberg o un Polanski, pero hay quienes preferimos el ingenio, la inteligencia y la visión de vida de un Lubitsch.
A ver si un día de estos reseñamos "El diablo dijo no".