Volver a tropezar en la misma piedra una y otra vez es una estupidez tan absurda que solo puede ser protagonizada por el ser humano.
Nos han nublado el juicio con nuestros teléfonos inteligentes, nuestras tablets, el futbol, la telebasura y no sé cuantas más cosas que ansiamos y no necesitamos.
Y, como zombis sin juicio, asistimos impasibles, en silencio, al levantamiento de otro muro de la vergüenza; y mientras comemos viendo el telediario en la comodidad de nuestra casa, nos cuentan, antes de las noticias deportivas, como se queman centros de acogida de refugiados en Alemania.
En Alemania. Donde hace 70 años el odio mató a millones de personas; donde pervive el macabro recuerdo en forma de campos de trabajo y exterminio que hoy visitan los turistas, en forma de trozos de otro muro vergonzoso que hizo tanto daño al pueblo alemán, en forma de testimonios negros.
Hungría, verdugo y víctima de aquellos años de barbarie, levanta otro muro, cometiendo el mismo error. Su misión es detener al enemigo, al inmigrante que huye de la guerra y de la miseria. Occidente quiere proteger sus privilegios, el inmigrante lucha por su vida y la de sus familias.
Mientas tanto, en Grecia, el amanecer dorado se sienta en el Parlamento griego, resurgiendo, como ya ha sucedido en el pasado, sobre la base de la miseria, que la troika ha sembrado entre los griegos. Con discursos basados en la xenofobia y el odio, son la tercera fuerza política del país. Llevan a cabo entregas de alimentos exclusivamente a ciudadanos griegos y agreden a inmigrantes. Y no son los únicos en el tablero geopolítico occidental con este discurso.
En Francia, el Frente Nacional de Marine Le Pen, fundado por el padre de ésta y que desde su creación ha hecho significativos guiños al nazismo (llegando a ser condenado por la justicia francesa por delitos de apología de crímenes de guerra y declaraciones de negación del holocausto) fue la fuerza política más votada en las elecciones al Parlamento europeo del 2014.
El partido popular danés, el partido por la libertad en Holanda, el Movimiento por una Hungría mejor, el partido de la libertad en Austria o el partido de la Independencia en Reino Unido (por citar algunos, hay más), comparten con los anteriores, dos datos escalofriantes: un discurso xenófobo e intolerante con tintes rancios y ya manidos de exaltación nacional exagerada y lo más preocupante, un claro aumento del apoyo popular que sitúa a algunos de ellos, entre las fuerzas políticas más importantes de sus respectivos países.
El último en sumarse a este desfile de personajes esperpénticos, que lucen con orgullo y arrogancia mensajes racistas, misóginos y homófobos, es Donald Trump, que ya es, según las encuestas, el candidato favorito republicano para las próximas elecciones estadounidenses.
La situación es cuando menos preocupante, y vuelve a poner de manifiesto la capacidad humana de volver a cometer los mismos errores que nos llevaron a una época oscura de nuestra historia.
Si los héroes de aquellos años de terror, como Angel Sanz Briz o Oskar Schindler pudieran verlo, llorarían.
Su esfuerzo pudo salvar a algunas personas del horror, pero no de la estupidez humana de volver a tropezar en la misma piedra.
De hecho, ahora que lo pienso mejor tras escribir, hemos fracasado en muchos frentes y tal cual va todo, seguiremos fracasando.