Nos cuenta Aldous Huxley en su maravillosa obra “Un mundo feliz”...
“Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia,
pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar.
Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que gracias al consumo y al entretenimiento,
los esclavos amarían su servidumbre”.
Creo que es la radiografía más perfecta de la sociedad en la que vivimos y lo único que puede explicar el resultado de lo ocurrido el domingo. Vivir en matrix, o sumidos en un sistema en el que nada es lo que parece, en el que solo somos marionetas manejadas por los hilos del poder, nos hace vivir ciegos pero nos conformamos con ello, porque despertar sería demasiado difícil, supondría salir de nuestra pequeña burbuja, cada vez más reducida, de bienestar…a toda costa, a cualquier precio, nos conformamos con las migajas que nos van dejando.
Lo llamamos democracia, y sin embargo, que imagen más mediocre de la democracia dimos el 26J. No ha importado el expolio al que hemos sido sometidos a costa de nuestro bolsillo, no ha importado que un ministro utilice las herramientas que el pueblo les ha confiado para su uso interesado, no ha importado el tráfico de influencias del que somos testigos a diario en nuestros pueblos y ciudades, no ha importado la manipulación cada vez menos disimulada de las máquinas de hacer ideas. No era un problema de ideologías, puesto que había alternativas para todos los gustos, fue un gesto de mediocridad y de cobardía.
Y fruto de esa mediocridad no castigamos al que ha dado muestras, a diario, de un uso dictatorial del poder. Lo premiamos. Supongo que nos falta madurez democrática, que todavía nos pesa el retraso en esto de la democracia que nos regaló nuestra historia reciente con respecto al resto de países de Europa.
Quizás por eso nos sorprenda que otros lugares de Europa, como Inglaterra, ejerzan un ejercicio democrático crítico con lo establecido a pesar del miedo, a pesar de los mensajes apocalípticos, y a pesar de que podamos estar más o menos de acuerdo, o de que algunos partidarios hayan utilizado argumentos moralmente cuestionables. Y dicho sea de paso, esta madurez se refleja en sus políticos, que de forma coherente asumen sus derrotas y se someten a la voluntad de la mayoría. En España hablar de cualquier tipo de consulta a la ciudadanía fuera de las citas electorales (no diré la palabra referéndum, que por aquí está muy mal vista) es un impensable, que aceptamos como una verdad universal.
En Francia siguen luchando contra una reforma laboral que va contra los intereses de la mayor parte de sus ciudadanos, a pesar de que es un partido socialdemócrata el que la ha impulsado. A pesar de que no la veamos en los telediarios, más ocupados en realidades cercanas a nosotros y que nos afectan de manera más directa, como Venezuela, por ejemplo.
No sé si habrá algún iluso que espere un futuro halagüeño, porque el mensaje que les hemos dado a nuestra clase dirigente, es un mensaje de inmunidad. No importa lo que hagan, no importa lo que descubramos, no importan los hechos si son capaces de vendernos que son la única alternativa viable, si logran transmitirnos el miedo. Y siempre hay otra alternativa. Siempre. Solo hay que ser valientes.