¿Imagináis que el próximo domingo decidiéramos ser valientes? ¿Imagináis que consiguiéramos abstraernos de la campaña del miedo, del temor a la incertidumbre o de la certeza de que un mundo más justo exigirá sacrificios en nuestra forma de vida?
Se mezclan en muchos de nosotr@s la esperanza y el miedo: la esperanza de un cambio en nuestra sociedad que elimine lo podrido, el fin de la corrupción y de las promesas vacías, y en definitiva, la condena a los ladrones de la democracia, que la han convertido en un teatro de marionetas cutre, donde los ciudadanos pintamos casi tan poco, como nuestros supuestos líderes, cada vez más presos de entes difusos que manejan el cotarro. Por otra parte está el miedo. ¿Y si el cambio supone modificar nuestro cómodo estilo de vida? ¿Y si es el fango el que mantiene este sistema, y al limpiarlo descubrimos que también tocaba asear nuestra parcela? Además, también existe ese miedo de que el sistema (esos entes difusos) no va a dejarse atacar así como así, sino que luchará con todas las armas a su alcance para mantener el status quo. No hace tanto que Grecia nos volvió a dar una lección de democracia, que se han asegurado de frustrar y de mostrarnos como un ejemplo de ilusiones vagas e inútiles.
En estas elecciones confluye lo viejo y lo nuevo: Como de costumbre, el PP se aferra a lo viejuno, uno de sus siempre puntos flacos, en lo que les parece que poniéndose una venda en los ojos consiguen que todo siga como siempre. Explicaba Rajoy que no acudió al debate a cuatro, porque él debía acudir al debate con el representante de la oposición, como toda la vida y como Dios manda, y que de hecho, Pedro Sánchez hizo mal en formar parte de ese espectáculo de advenedizos. No se puede estar más ciego. O tal vez sea otra de sus tácticas inmovilistas de las que ya es especialista, de esas de las que si cierra los ojos muy fuerte y deja de respirar durante unos segundos, los problemas desaparecen, como en el caso de Cataluña, de los que está esperando fantásticos resultados de un momento a otro. Aunque por otra parte, si yo fuera creadora de tantos argumentos brillantes como Rajoy, (Quien no recuerda ese gran discurso: "Es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde"), evitaría a toda costa a Iglesias, Rivera o Garzón.
De Pedro Sánchez, poco que decir, salvo que es más de lo mismo, y como tal, volverá a estrellarse estrepitosamente. Al PSOE le falta un Alberto Garzón, que consiga poner firme a la vieja escuela y abra las ventanas para que entren aires nuevos. El problema del PSOE es que sus Albertos Garzones no llegan a ninguna parte, no suben en el cursus honorum, y nadie sabe si están o existen, y ni siquiera si se les espera.
A Albert Rivera se le da tan bien nadar a dos aguas, es un político tan nato, que es capaz de convencer a mucha gente de que es un partido de centro, o incluso de centro-izquierda. Lo que viene a llamarse algo así como que te den gato por liebre, pues cualquiera que preste un poco de atención a sus palabras, puede dilucidar un discurso bastante conservador en todos los ámbitos. Al menos, o por lo menos que sepamos, está limpio de culpa, por lo que no pierde oportunidad de tirar piedras a diestro y siniestro.
En cuanto a Podemos, quiere contentar y aglutinar a tanta gente, que no puede evitar caer en continuas contradicciones, y donde dije digo, digo Diego. Por otra parte, está esa maravillosa oportunidad perdida de hacer coalición con IU, oportunidad que aprovechará la derecha para sacar el máximo partido posible. En este país, mientras los partidos de izquierdas sigan basándose en sus diferencias en vez de buscar lo que les une, seguiremos siendo un país de mayoría de izquierdas gobernados por la derecha.
Lo que pase el 20D todavía está en nuestras manos. De nosotros depende todavía, seamos de la ideología que seamos, ser valientes y abrir paso a nuevas formas de hacer las cosas o que el miedo nos coja de la mano y digamos aquello de más vale malo conocido que bueno por conocer. En ese momento, deberíamos ser coherentes y no quejarnos tanto, al fin y al cabo ser cobarde también tiene sus consecuencias.